Nunca antes, la Coral Polifónica Ciudad de Marbella había actuado en favor de una causa tan
noble y tan justa como la que nos ha convocado aquí esta noche. Se trata de una causa que
está modélicamente representada en los objetivos de la Asociación «Despertar sin
violencia «, y sobre todo, en la labor que esta asociación desarrolla en nuestra ciudad y en su
ámbito de influencia. Por eso, cuando recibimos la invitación de su Presidenta, Carmen
Sánchez , para ser partícipes y colaboradores en su inestimable labor, nos pusimos manos a la
obra para poner en esta causa todo lo que podamos aportar, en la medida de nuestras
capacidades. Nuestra colaboración no es una mera respuesta de cortesía a una invitación a un
acto cívico: es una obligación moral, surgida de lo más profundo de nuestros sentimientos; y
es el deseo -o mejor, la vocación- de implicarnos hasta el fondo en la noble lucha de erradicar
para siempre un problema social, de orígenes culturales y educacionales, que afecta por igual
a mujeres de todas las clases y condiciones sociales, y que, en nuestro país, causa muchas
más víctimas que el terrorismo.
La sociedad civil debe tomar conciencia (debe aprender) que la violencia contra las mujeres
está vinculada al desequilibrio en las relaciones de poder entre los sexos en los ámbitos social,
económico, religioso y político, pese a todas las bienintencionadas medidas legislativas en
favor de la igualdad. La violencia contra la mujer constituye un atentado contra el derecho a la
vida, a la seguridad, a la libertad, a la dignidad y a la integridad física y psíquica de la víctima,
y todo ello supone, por lo tanto, un obstáculo para el desarrollo de una sociedad democrática.
Es una violencia que abarca cuatro aspectos: la agresión física -con resultado de muerte en
muchas ocasiones-, la violencia sexual, el maltrato psicológico y la violencia económica. Es
decir, se trata de una violencia integral que abarca todos los órdenes de la vida de quien la
padece.
Las estadísticas revelan que entre un 35% y un 40% de mujeres que viven emparejadas
sufren malos tratos físicos o psíquicos por parte del hombre, lo que permite afirmar que miles
de mujeres están bajo amenaza de muerte. Si recurrimos a datos históricos, en 1997, en
nuestro país, solamente por agresiones físicas se practicaron 18.872 denuncias, lo que
significaba apenas un 5% de la violencia real, toda vez que la mayoría de los abusos no se
denunciaban a la policía porque no existían instrumentos jurídicos, sociales y económicos
adecuados que protegieran a las víctimas, lo que hacía que la violencia contra las mujeres
fuera un delito invisible. 75 mujeres, según datos del Ministerio del Interior, murieron aquel
año a manos de sus maridos o compañeros, 3 de las cuales fueron inmoladas por el fuego;
350 mujeres sufrieron lesiones de consideración, desde el apuñalamiento a la fractura de
huesos (rotura del tabique de la nariz, rotura de miembros); u otras lesiones de consideración
como la pérdida de audición por rotura del tímpano y la perdida de visión parcial o total de uno
de los ojos; o, en un porcentaje no cuantificado, habían sufrido violación. Y todo ello con el
agravante de que la mayoría de los ataques por el agresor, letales o no, se efectuaron en
presencia de sus hijos, creando un ciclo de violencia que se perpetúa de generación en
generación.
La perplejidad de la sociedad ante tanta violencia no deja de sorprendernos, porque las
agresiones familiares no son un fenómeno producto de la sociedad actual, sino una tragedia
que ha estado siempre presente en muchas familias; la mayoría de las personas conocen algún
caso de malos tratos, en el entorno familiar o vecinal, pero se han silenciado bajo el pretexto
de que la violencia doméstica es un asunto privado .
Con esta actitud, nuestra sociedad está siendo cómplice de esas muertes, que no podemos por
menos que calificar de auténtico terrorismo doméstico. Porque no debemos olvidar que la
mortalidad de mujeres por esta causa, supone quince o veinte veces más que el número de
víctimas que se cobra el terrorismo político… y la sociedad no ha reaccionado. ¿Es que la vida
tiene diferente valor, según se trate de una mujer o de un político?
Se debe exigir -por parte de la sociedad civil- que las instituciones del Estado apliquen una
política adecuada que prevenga y persiga esta violencia; hay que denunciar e impedir la
ligereza con que muchos jueces y fiscales aplican leyes que permiten al agresor acercarse a su
víctima, cuando no se les condena a vivir bajo el mismo techo.
Hay que reclamar del Gobierno Central y de los Gobiernos Autonómicos (además de las
Instituciones Provinciales y Locales) medidas de carácter urgente y permanente, y no meras
declaraciones de intenciones, producto a veces del oportunismo político o la precipitación, que
son insuficientes y están carentes del contenido necesario para llevar a cabo un verdadero plan
de choque, elaboradas sin contar con las Organizaciones de Mujeres (como «Despertar Sin
Violencia») y sectores sociales afectados, algo impensable cuando se tratan otras materias (por
ejemplo, no se entendería que el Gobierno acometiera un plan contra las drogas o una reforma
laboral, sin antes haber consultado con las Asociaciones oportunas o con los Agentes Sociales
implicados).
No nos pueden dejar impasibles hechos como el de que el número de mujeres jóvenes
muertas por violencia machista haya aumentado en un 52,9% en los últimos cinco años; o que
los agresores jóvenes se hayan incrementado un 75% en el mismo período (lo que pone de
manifiesto que el problema tiene un origen esencialmente educacional y evidencia el fracaso
del sistema educativo en este terreno). Este déficit educacional trae como consecuencia que
sea imposible la tarea de prevenir las agresiones porque -tomando datos del 2008- sólo 13 de
las 57 asesinadas en ese año habían presentado una denuncia previa.
Nos debe escandalizar el hecho de que (según se desprende de una encuesta realizada por
la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género) aún, el 36,5% de los españoles culpe
a las víctimas del maltrato que sufren por «seguir conviviendo con su agresor» , lo que
añade un punto de sarcasmo a la tremenda tragedia de esas mujeres que, por carecer de
alternativas vitales, están realmente desamparadas, tanto material como moralmente.
No podemos permanecer indiferentes ante la cifra brutal de 55 víctimas mortales en el
año 2009; y que, apenas hubieran transcurrido 52 horas del 2010, cuando el pasado día 3,
una mujer de 45 años, vecina de El Cuervo, provincia de Sevilla, se convirtiera en la primera
víctima mortal por violencia de género del año. El marido no tenía orden de alejamiento
porque no constaban antecedentes ni denuncias previas por maltrato.
Sí hay que reconocer que la cifra de 75 mujeres asesinadas en 1997 frente a las 55 del
2009, supone un avance cuantitativo fruto de un progresivo -aunque lento- aumento de la
conciencia social sobre este asunto, y a las medidas legislativas que, poco a poco, van
obteniendo insuficientes y costosos resultados. Hay que congratularse de la disminución en el
número de víctimas. No obstante, permanece aún bastante arraigado en el tejido social el
sentimiento de preeminencia del papel del hombre sobre el de la mujer, que es el origen del
mal. Esta fue siempre la posición frente a la violencia de género de gran parte de la sociedad –
incluidas las propias mujeres maltratadas- que no sabía del fenómeno porque aún no se había
nombrado públicamente; por eso, incluso durante los primeros 20 años de democracia, los
poderes públicos se desentendieron de todas las mujeres que sufrían violencia por parte de
hombres protegidos por las leyes existentes, diseñadas con arreglo a las ideas, intereses y
necesidades masculinas. Hoy día el problema es público, tiene amplio eco en los medios de
difusión, y las instituciones son mucho más sensibles y proclives a buscarle solución. Tal vez
por eso, a pesar de los avances (o acaso por culpa de ellos) está hoy en la calle el eco del
debate político y mediático sobre si se está yendo demasiado lejos en la lucha por la
igualdad en nuestro país . Las mujeres van avanzando poco a poco en el logro de sus
derechos; pero ellos, algunos, se sienten intimidados, en ciertos casos incluso amenazados.
Hay una parte no desdeñable de hombres, significativa porque se hacen oír a golpe de
artículos y piezas en los medios y a través de comentarios virtuales, hostiles e insultantes
contra las mujeres, que se están moviendo para entorpecer el proceso; incluso algún juez
participa en esta labor (el juez titular del Juzgado de Familia número 7 de Sevilla, Francisco
Serrano). Entre ellos se encuentran maltratadores todavía no descubiertos (constatemos que
son más de dos millones aún no denunciados); personajes que después de un primer
momento de estupor, cuando no daban crédito a lo que veían y oían (se empezó a hablar de
mujeres maltratadas cuando muchos de ellos las venían sometiendo con total impunidad y
naturalidad desde hacía décadas) se han visto obligados a diseñar otro tipo de estrategia más
eficaz que la burda negación del problema. Son quienes han diseñado la ofensiva del “sí, pero
no”. Admiten que hay bárbaros machistas, abusadores viles, que merecen un castigo (ya no es
posible, al menos en España, negar los daños más cruentos), pero reducen tanto las cifras,
que se trataría, según ellos, de un problema menor, “de una violencia más, como otras
muchas; ni más ni menos”. Dicen defender a esas “pocas” mujeres que, por culpa de las
medidas actuales, no pueden ser protegidas por la cantidad de recursos distraídos hacia las
que, dicen ellos, fingiendo y poniendo denuncias falsas, acaparan los medios disponibles. Es un
sector minoritario pero cada vez más presente, cuyo objetivo consiste en desactivar y
entorpecer el camino de la igualdad en el que muchas mujeres y cada vez más hombres, se
están involucrando.
De cualquier forma, y a pesar de todo, hay que mirar con optimismo y perspectiva el futuro: el
logro de la igualdad, del mismo modo que cualquier otra lucha liberadora (por los derechos
laborales, contra la segregación racial, contra el colonialismo y la arbitrariedad, etc.) conlleva
dolor y sufrimiento. Es el precio que hay y que habrá que pagar. Y no hay que olvidar que el de
las mujeres es el más sangriento.
Por todo lo dicho, la Coral Polifónica «Ciudad de Marbella» toma partido en esta lucha militando
en el bando del más débil: la mujer. Por eso estamos aquí esta noche, y estaremos, en todo
momento y circunstancia, allí donde nuestra participación sea útil para la consecución de los
objetivos que asociaciones como «Despertar sin violencia» se propongan.
No es porque sea pobre,
no es porque sea analfabeta,
ni porque vaya sola por la calle,
o porque lleve falda o sea prostituta.
Es por todo…, y por nada.
Es porque soy mujer, y me quieren quieta, callada y con miedo.»
Coral Polifónica “Ciudad de Marbella”
(Marbella, sábado 16 de enero de 2010)